Menos rápidos, más furiosos
Es muy difícil hacer una secuela. Es cierto que continuar una idea que resultó exitosa una vez jala espectadores por simple inercia, y asegura un éxito relativo, la inflación de los tickets y asistencia una segunda vez, una expectativa y buzz que se acumula desde la salida del cine de la parte anterior. Pero hay otros temas a tomar en cuenta: al hacer una secuela es necesario ampliar los riesgos, no repetir el esquema, o hacer lo mismo, multiplicar el presupuesto (si es posible añadiendo IMAX o 3D a la ecuación), agrandar el reparto, elegir ramas de la historia original y extenderla, cambiar de setting si es posible, satisfacer a una masa de fanáticos que espera algo mejor que lo ya visto. Siempre se espera algo mejor. Es fácil conseguir millonadas con una segunda parte, puesto que todo el público que vio la primera, y añadidos, irán a verla, pero es más difícil mantenerlo una tercera, cuarta o quinta vez, sobretodo si el producto salido de la segunda parte es pobre (miren lo que pasó con Piratas del Caribe). Pregúntenle sino a la saga de Saw lo difícil que ha sido mantenerse en pie, cada vez con más presupuesto siendo gastado, y un margen de utilidades que va desmoronándose con el pasar de los años. (Sagas como la de Harry Potter o Crepúsculo, por otro lado, son diferentes, al conseguir soporte en sus versiones literarias).
Rápidos y Furiosos 5 llega a nuestra cartelera local con su quinta entrega, y se cumplen los puntos antes mencionados. El riesgo es mayor, puesto que no sólo no se encuentran en los EEUU, se sitúan en las peligrosas favelas de Río de Janeiro, sino que todo el reparto de las cuatro partes anteriores (menos los fallecidos hasta el momento, claro está) se re-encuentran en esta parte para combatir en un mismo bando. El presupuesto de esta super-producción va por encima de los 125 millones de dólares, una cantidad que supera cualquier presupuesto de la saga (siendo el mayor, hasta el momento, uno de 80 millones de dólares de la cuarta entrega). Sin embargo, no se trata de lo mismo de siempre, no es el mismo Rápidos y Furiosos que conquistara al mundo y generara una franquicia allá en el 2001: los productores han sabido jugársela y hacerlo bien.
Esta saga sobre ruedas vio la luz como un filme de aventuras y acción en torno a las carreras automovilísticas (ilegales). La temáticas de policías y ladrones, de los llamados 'topos' (infiltrados en bandos criminales o en la policía misma), así como los autos de última generación estaban a la orden del día. Esta fórmula funcionó hasta la tercera parte, pero en ella se empezó a notar la necesidad de un cambio de molde. Tanto de forma como en contenido. No bastaba con moverse de locaciones (se fueron hasta Tokio en la tercera), sino que se necesitaba ajustar los tornillos de la fórmula. En la cuarta parte se torna más bien en un policial y funciona bastante bien (por el momento se mantiene como la más taquillera de la saga, aunque la próxima semana la quinta la superará fácilmente), pero las cifras no eran tan altas como se esperaba. Se tenía que cambiar más, agitar más cosas, incluso si eso significara renunciar (no del todo, obvio) al punto cardinal de la saga: los autos.
Del filme de acción y el policial, hemos pasado al subgénero de atracos. Fast Five es una especie de trash version de Ocean's 11 y secuelas. Una versión trashie action con automóviles, claro. Y tal vez lo mejor está en eso: en no ser Ocean's 11. El problema de la saga de la Gran Estafa es que en sus secuelas se la criticó de ser excesivamente enredada, ´seudo-'inteligente' (aunque algo lo era), con giros inverosímiles apilados uno contra el otro, situaciones que jugaban con el tiempo y la mente del espectador, al final no tan ingeniosas como ellas presumían de sí mismas. Fast Five prefiere ser sencilla y directa. Giros hay, sí, pero simples, precisos y coherentes. Cada obstáculo se supera y da lugar al siguiente, y así sucesivamente hasta armar un rompecabezas maestro. Cada dificultad aparece y funciona en torno a las habilidades de uno y otro miembro de la banda. Y ese es otro gran acierto: a diferencia de muchas películas de atracos con bandas, en los que muchos de los secundarios quedan relegados a simplemente dar el golpe sin mayor personalidad, aquí, ayudado -claro está- a las secuelas que anteceden a esta quinta parte, cada personaje se configura a través de una misión, a través de su función en el robo, a través de situaciones delimitadas a ellos mismos, ya que no se entrometen en el camino del delineamiento del otro ante la audiencia; cada secuaz adquiere una personalidad tangible.
Los nuevos personajes funcionan de la misma manera. Se prefiere rehuir los extremos, de mostrarlos demasiado superficialmente, o de demorarse demasiado en ahondar en sus psicologías. Es una película de acción, ¡demonios!, ¿para qué ensimismarnos en dilema internos?, mejor plantear situaciones en torno a sus carácteres, a sus modus operandis, unos que reflejen quiénes son y hacia donde van. Es así que sabemos que La Roca será un antagonista de armas tomar, uno que hará lo que sea por atrapar a quien se le ordene, sin más explicaciones al respecto; mientras que por otro lado el personaje de Elsa Pataki es una agente de policía con una venganza por consumar, luego de la muerte de su esposo en la crisis interna que se vive en las favelas por el líder criminal de la región, a quien nuestra banda de corredores quiere atracar. Por cierto, tema aparte, que bien que Dwayne Johnson se deje de jueguitos infantiles, de baberos y alitas de hada, para regresar a lo que mejor sabe hacer: la acción. Y que bien que lo hace.
Tres puntos más que me gustaría destacar de esta película. En primer lugar, la utilización de Río de Janeiro es impecable y connota muchas aristas de interpretación tangenciales que aportan a la acción. Mientras en Rio, la película animada, vimos la versión más estereotipada de esta ciudad (de lo peor), aquí la vemos más real, más cercana, más inestable, con esa crisis delictiva, al punto de reflejarse en la figura de Hernan Reyes, el villano interpretado por el buen Joaquim de Almeida, una filosofía que atañe a toda la región sudamericana, la del populismo, el clientelismo, las necesidades no atendidas por el gobierno, las zonas marginadas y la falta de institucionalidad y el exceso de corrupción por doquier. En segundo lugar, si bien tenemos un villano definido, no es que tengamos a los buenos, los héroes, por ningún lado. La excusa de vencer al mafioso, al corrupto, pudo ser llevada al moralismo de redención, de conseguir libertad a costa de destruir al mal, pero no: le roban simplemente para seguir en la clandestinidad; nada de cursilerías.
Finalmente: la acción y el tono del filme. En una era en la que 'acción' es igual a efectos especiales, es loable ver esfuerzos en los que se limita el uso del CG al mínimo, y se privilegia el uso de dobles de acción, de maquetas, de carreras reales, de explosiones reales, de sudor y lágrimas reales, lo cual conlleva a emociones más cercanas en el espectador. Las carreras, las movidas, las persecuciones, las peleas a lo largo de la película están perfectamente coreografiadas y pensadas, tanto en interacción de personajes, como en aprovechamiento de locaciones. Esto viene apoyado, claro está, de una fotografía cuidada, que aprovecha los planos generales y gran generales de las favelas, este laberinto lleno de recovecos que refleja una inestabilidad interna y el caos. La dosis de humor es precisa, con un Don Omar y un Tego Calderón que sorprenden al funcionar y ser orgánicos con la historia; buena química.
Pocas películas de acción pueden durar dos horas y 10 minutos y salir airosas con el resultado, uno de puro entretenimiento y adrenalina en el que ningún momento es dejado libre para que el espectador respire o se acomode en el asiento. Es cierto que hay menos carreras en esta película, pero es efectiva al trascender un molde que restringía posibilidades. Menos rápidos esta vez, tal vez, pero mucho más furiosos.